lunes, 8 de mayo de 2017

Atrapado


Estoy atrapado. Estoy solo y atrapado en esta oscura fosa fría. Mi vida ha alcanzado su final metafórico, pues la esclavitud es lo único que me depara. Dado que aquí no tengo nada con qué o en lo cual escribir, solo puedo pronunciar estas palabras y esperar que tal vez, en algún lado —quizá en un universo completamente diferente—, mi voz será escuchada y mi historia recordada.
Hice mi mejor esfuerzo por luchar contra ellos, pero no hubo nada que pudiera hacer. Su poder era mucho mayor que mis mediocres habilidades. Les di con todo lo que tenía, pero fui derrotado y recluido a esta prisión. Ahora las cadenas pesan en mi alma, y solo puedo imaginar el dolor que este cautiverio me traerá.
Me las ingenié para evitarlo por mucho tiempo; muchos de nosotros lo hacemos. Pero parece que, en años recientes, el poder del enemigo ha aumentado hasta niveles incomprensibles. Hemos perdido, y parece que nuestro último destino es ser capturados por estos tiranos, y ser forzados a pelear entre nosotros como animales por lo que nos queda de vida. En realidad, es difícil de imaginar para mí. El pensamiento de que más temprano que tarde estaré allá afuera atacando e hiriendo a mi propio pueblo en contra de mi voluntad —si es que aún puedo llamarlos «mi» pueblo.
Es algo gracioso el cómo funciona este proceso. No me pregunten cómo, ni siquiera estoy seguro de si ellos saben qué sucede exactamente; pero cada vez que uno de nosotros es capturado y aprisionado, obviando con cuánta diligencia hayan batallado al enemigo antes de caer, comenzarán a aliarse lentamente con el bando de los monstruos durante su cautiverio. Sucede sin excepción. Nunca podrás imaginar el dolor que alguien siente cuando uno de tus amigos se vuelve un esclavo de eso que combatió por tanto tiempo, y, tras solo un corto periodo de esclavitud, sucumbe a cada demanda del enemigo hasta el punto en el que llega a encontrar camaradería en ellos. Es una especie de lavado de cerebro inocuo. Del cual, joder, yo también seré víctima. Sin importar lo mucho que no quiera que suceda.
Lo único que puedo recordar, la última imagen tallada en mi cerebro, es la vista de mi madre —lágrimas inundando su rostro por presenciar mi derrota en la cueva que utilizábamos como hogar—. Me había dicho que no los provocase, pero tras ver las bestias, no hubo nada que me pudiese detener. ¡Estos eran los seres que se robaron a nuestro hermano! No importó con cuántos de los nuestros tuve que luchar, estaba determinado a aniquilarlos.
Ah, pero fui tan torpe. Si solo hubiese escuchado a mi madre… Estoy seguro de que pronto sufrirá el mismo destino que yo ante estas criaturas despreciables.
Pero, aun así…
Quizá las cosas no son tan malas como se ven. Después de todo, es un hecho que, bajo la supervisión de estos seres, nos hacemos más fuertes de lo que jamás pudiésemos lograr por nuestra propia cuenta. Lo que es más, ellos parecen preocuparse por nosotros de manera genuina. Procuran darnos refugio y salud.
En retrospectiva, las cosas no son tan pesimistas como lo creí al comienzo. En lo absoluto: puedo verlo con más claridad ahora. Creo que cuando sea utilizado como arma… daré lo mejor de mí, sé que lo haré. Porque, después de todo, el propósito de un Pokémon es ayudar a su entrenador a convertirse en un maestro, ¿no?

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sábado, 13 de agosto de 2016

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En cuanto anocheció emprendieron el camino. Tenemos que hacerlo de un solo tirón, compañero, le dijo Nardo, hasta el caserío, antes de que amanezca. Y Gerardo dijo que sí porque sentía la cabeza algo despejada, pero el cuerpo le dolía, los huesos, y a los pocos pasos ya sentía un cansancio inmenso. Una luna pequeña, en creciente, se acercaba al horizonte con su claridad amortiguada. En lo alto de la cúpula del cielo, una miríada de estrellas los contemplaba. Nardo andaba con paso regular, pero sin apretar la marcha, calculando que Gerardo lo pudiese seguir, y lo seguía, aunque le fuera la vida en cada paso. Voy a dar uno más y ya veré, decía, y lo daba, y ahora otro, decía, y luego otro, y así contó trescientos, mil, dos mil pasos, más o menos un quilómetro. Jadeaba, se atrasaba y no podía, pero voy a caminar otro quilómetro, decía, y volvía a empezar la cuenta. A ese lado de la raya habían dejado el camino y avanzaban por veredas entre los cerros, por trochas de animales, alejadas de la ruta que hicieron cuando el retorno. La luna hacía tiempo que se había escondido, sólo oscuridad en la tierra y estrellas en el cielo, y varias veces tropezó Gerardo, con sus respectivos revolcones y golpes en las piedras. En los repechos más duros, Nardo le arrimaba el hombro y lo ayudaba a subir, ánimo español, que ya queda menos, ¿menos para qué, para la siguiente cima o para el caserío?, menos para todo. A veces Nardo se detenía para escudriñar las sombras, para escuchar la noche, por los si la policía, por si alguna patrulla. Aquellos altos aliviaban a Gerardo, le daban tregua, pero después le costaba más reemprender la marcha, que las articulaciones parecía que se le hubieran soldado, y la voluntad huido. Y otro paso, y otro y van quinientos, quinientos uno, dos, tres, y otro quilómetro, y este ya es el último y me dejo caer, pensaba, ya, ya, y que sea lo que Dios quiera, que me hallen los policías, que coman los zopes, de todas formas nada le importaba sin ella, la vida, la salvación, el mañana, se la llevó el otro, el de antes, el de siempre, será verdad que la quiere, piensa, todo lo piensa, porque la palabra es un lujo que no se puede permitir, y otra vez la fiebre lo asalta, lo fatiga, la tiritera, los escalofríos, otro paso, otro cerro, otra bajada, yo la quiero, él la quiere, nosotros la queremos, no puedo más, pero ellos se quieren, sólo ellos, y las estrellas me miran, blancas como cartas, como notas blancas, pero verdaderas, infinidad de estrellas, las mismas que estará viendo ella, dondequiera que esté, no puedo, de verdad Nardo ya no puedo más, grita dentro de su cabeza, le estallan los pulmones, el corazón, el cuerpo todo, cada fibra muscular se rompe, rota como una cuerda vieja de un violín, pero sigue y sigue hasta que una claridad muy tenue apunta por oriente y ya estamos, compañero, lo hemos conseguido, dice Nardo, señalando entre los pinos algo que él no ve, aún no, ¿dónde quiere que lo lleve?, y Gerardo, con un residuo de lucidez, con la última bocanada de aliento, responde que adonde vive el inglés.

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